Es habitual que las personas convivamos por momentos con esa emoción de culpa, una emoción que aparece mucho más habitualmente cuando nos convertimos en padres y madres y que me aventuraría a decir que se multiplica por diez cuando además ese hijo o hija recibe un diagnóstico de TDAH.
La culpa como todas las emociones tiene una finalidad y se presenta en cada persona para tratar de que entienda que es lo que tiene que hacer. Antes de profundizar en esto hagamos un parón.
¿Qué es la culpa?
Si nos vamos a la RAE nos encontraríamos con la siguiente definición “Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado.” Si seguimos buscando acepciones relacionadas con la psicología también nos encontramos con “Creencia de haber incumplido normas (éticas o sociales) y con ello haber causado daño a otra persona.“
Ahora bien, ¿siempre que sentimos culpa realmente es por haber incumplido normas y por tanto causar daño a otras personas? ¿o en ocasiones nos sentimos culpables por cosas como que se queme la comida o que la casa no esté perfectamente recogida? Si has respondido que sí a estas últimas preguntas estariamos hablando de falsa culpa que consiste en creer que transgredimos una norma universal cuando, en realidad, lo que hicimos fue transgredir una norma familiar o cultural o unas expectativas poco realistas sobre lo que podemos hacer.
El problema de la falsa culpa es que muchas veces se agarra muy fuerte y no nos abandona, la extrapolamos a otros ámbitos de nuestra vida y si se acaba perpetuando podemos terminar incluso en un estado depresivo. “Me siento culpable porque mi hijo tiene TDAH”, “me siento culpable porque no tengo más tiempo para ayudarlo con los deberes”, “me siento culpable por mi hijo ya que nos vamos a divorciar”, “siento culpa porque no sé cómo ayudarle” …
¿Para qué aparece la culpa?
La función de la emoción de culpa es ayudarnos a reparar el daño producido, es decir, me siento culpable porque como he tardado mucho en prepararme mi hija ha llegado tarde a su partido de fútbol. En este caso la culpa es funcional y lo que busca es que repare el daño, que me acerque a mi hija y que le diga: “Lo siento mucho amor, he tardado más de lo que había pensado en prepararme y por eso has llegado tarde. Perdón, para la próxima vez me organizaré mejor”
Pero si no hacemos esta reparación del daño y vamos acumulando culpa esta se va a terminar volviendo disfuncional y acabará afectándonos en situaciones como:
- Influirá directamente en las decisiones que tomemos
- Nos volverá sobreprotectores con nuestros hijos e hijas
- Acabará afectando en nuestra salud física y mental
- Se volverá un obstáculo en nuestras relaciones familiares.
¿Cómo gestionar la culpa?
1º – Reconoce y acepta la culpa: Esa culpabilidad ha venido para decirte que tal vez has dañado a alguien por alguna acción que has realizado. Para reconecerla y aceptarla puedes servirte de estas preguntas: ¿Por qué me siento culpable?, ¿Qué me quiere decir esta culpabilidad?, ¿me ayuda sentirme culpable?, ¿para qué me siento culpable?, ¿A quién le he hecho daño?.
2º – Busca ser objetivo: Razona sobre las causas que te hacen sentir culpable y sobre qué podrías haber hecho para cambiarlo. Apóyate en estos puntos
- ¿Podías haber hecho algo para evitar la situación que te hace sentir culpable? Si la respuesta es NO, ¿para qué sentirse culpable? Si la respuesta es que sí pasa al siguiente punto.
- Piensa en si tienes alguna responsabilidad: ¿cometiste un error queriendo? ¿Tenías posibilidad de actuar de otra manera?, ¿Sabías que tenías opciones mejores pero decidiste usar la opción mala igualmente? Si la respuesta es que no esta culpa tampoco sería adaptativa. Si respondes que sí el sentimiento de culpa tiene una función
3º – Repara el daño: Si ese sentimiento de culpa es funcional deberias tratar de reparar el daño causado para hacer que esa culpa desaparezca
4º – Aprovecho este punto para recordarte que todas las personas tenemos derecho a fallar y a equivocarnos del mismo modo que en ocasiones nos veremos envueltos en situaciones que no podremos evitar por mucho que nos gustase hacerlo.
Juan Ramos
Psicólogo