Ahora que ya hemos arrancado con el nuevo curso académico, es importante tener en
cuenta que los pequeños de la casa (y no tan pequeños) pueden enfrentarse a un bloqueo
de aprendizaje.
Para quienes nunca habéis oído hablar de ello, son dificultades persistentes en el proceso de
aprendizaje.
¿Y por qué se pueden dar?
Realmente, por un sinfín de opciones, y pueden ser por factores internos (emocionales) y/o externos (contexto). Teniendo en cuenta esto, vamos a hablar un poco de cada uno de ellos.
Ansiedad y estrés: el miedo a fracasar, la presión de los exámenes, querer cumplir con las expectativas que tenemos y tienen de nosotros… pueden llegar a generar una carga emocional tan fuerte que impide que podamos concentrarnos y procesar la información de manera adecuada
Falta de confianza: una baja autoestima puede hacer que dudemos de lo que somos capaces. Si creemos que no somos lo suficientemente inteligentes, esa autopercepción puede crear una barrera que no nos permita avanzar.
Perfeccionismo: el miedo a no cumplir con ciertos estándares, puede generarnos ese estado de bloqueo.
Entorno: un ambiente de estudio desordenado (una mesa, habitación…), ruidoso o lleno de distracciones, puede dar pie a esos bloqueos. Que nuestro entorno esté ordenado y lo más libre de ruidos u objetos que nos despisten, son elementos importantes para que podamos concentrarnos.
Fatiga y falta de sueño: cansancio afecta en el funcionamiento cognitivo. Una mente agotada no puede retener ni procesar la información de manera eficaz.
Sabiendo ya cuáles pueden ser algunas de las causas que causan los bloqueos de
aprendizaje, podemos establecer una serie de consecuencias:
La frustración repetida puede llevarnos a perder el interés en la asignatura o en el aprendizaje en general. Esto llevará a un bajo rendimiento escolar.
Los fracasos recurrentes pueden perjudicar nuestra autopercepción, haciendo que no nos sintamos capaces de aprender, lo que crea un ciclo negativo difícil de romper.
En algunos casos, quienes experimenten estos bloqueos, pueden evitar participar en actividades grupales, debates… por temor a cometer errores o que se les juzgue.
Que todo esto ocurra, no significa que no se puedan superar, ya que si somos capaces de identificar la causa y trabajar en ellas, permitirá que seamos capaces de retomar nuestro proceso de aprendizaje de manera efectiva.
Practicar técnicas de relajación, como la meditación o mindfulness, puede ayudar a reducir la ansiedad. Aprender a manejar el estrés de manera saludable es clave para mantener la calma en situaciones que no sean de nuestro agrado.
Si adoptamos una mentalidad de crecimiento, es decir, ser capaz de identificar los errores como oportunidades para mejorar y no como un fracaso, podremos avanzar más tanto a nivel académico como personal.
Para evitar que nos sobrecarguemos de trabajo, es bastante útil dividir nuestras tareas en partes más pequeñas y manejables. Aprender o trabajar a “trozos” facilita que retengamos más fácil y mejor la información.
Tener un espacio de trabajo tranquilo, organizado y con el menor número de distracciones posibles (ruidos, zonas de paso…), es crucial para mejorar la concentración. A veces los pequeños cambios, como tener el escritorio despejado o encontrar un lugar con mejor luz, pueden marcar la diferencia.
Dormir entre 7 y 9 horas por la noche es esencial para un buen rendimiento. Si no sois capaces de conseguirlo, os recomiendo que os leáis el artículo de una de mis compañeras, en el que habla sobre la higiene del sueño.
Yaiza González Simón
Pedagoga