Un tema que se pasa muy desapercibido en el día a día de las familias, y que quizás no se han llegado a plantear, es si sus hijos o hijas son capaces de resolver sus problemas de forma adecuada. Los problemas, al fin y al cabo, forman parte de la vida y todo el mundo se termina enfrentando a ellos, a veces de forma adecuada y otras veces no.

Probablemente, tú como padre o madre que estás leyendo este artículo se te venga a la cabeza el pensamiento de que con la edad que tiene tu hijo o hija todavía no puede saber lo que es tener un problema de verdad (el típico “si yo te contase mis problemas…”). Sumada a esta creencia, ante cualquier cosa que obstaculice o que le salga mal, ahí estáis vosotros con tres posibles formas de actuar:

  • para decirles exactamente qué es lo que tienen que hacer, sin dar lugar a que ellos puedan buscar la forma más adaptativa para solucionar su problema. 
  • Entrar en una espiral de preocupación, generando una sobreprotección excesiva y limitando sus experiencias.
  • Estar perdidos sin saber qué hacer ni cómo actuar.

En cualquiera de los casos, las tres formas son reacciones que impiden que vuestro hijo o hija aprenda a resolver problemas por su cuenta. Entendemos que darles vosotros la solución es probablemente el camino más rápido y eficaz, pero carecerán de habilidades para resolver futuros problemas. ¿De qué os serviría que en las operaciones matemáticas os dieran el resultado en lugar de explicaros el proceso? Pues en este caso es igual.

Aprender a hablar sobre los problemas, a negociar cuando puede haber diferencia de opiniones en su grupo de amistades, a llegar a compromisos y, en definitiva, a solucionar problemas son las formas primarias para desarrollar esta habilidad. 

En ocasiones, la respuesta al problema en forma de gritos, llantos, escaparse o actuar agresivamente viene originada por el desconocimiento de otras formas de reaccionar cuando las cosas no van como quieren, creando así nuevas dificultades.

Así pues, no se trata de ignorar a vuestro hijo o hija cuando tiene un problema, sino de guiarlo en el proceso y hacerlos participes en la búsqueda de posibles soluciones, ya que, aunque para vosotros sea una situación sin importancia, para ellos es un gran problema que necesitan resolver. De esta forma, vuestro papel es ayudarles a evaluar las consecuencias (tanto positivas como negativas) de cada una de las posibilidades para que ellos piensen cual es la mejor. Siguiendo este modelo, con el tiempo, permitirá que vuestro hijo o hija internalice este proceso de tal modo que lo acabará haciendo de forma autónoma.

Ana Dieguez

Psicóloga