Una comunicación efectiva entre padres e hijos es vital para construir relaciones sólidas y saludables, ya que facilita la comprensión mutua, fortalece el vínculo emocional y fomenta la confianza. Además, permite a los padres comprender las necesidades, preocupaciones y deseos de sus hijos, promoviendo así un ambiente de apoyo y seguridad.

Una comunicación abierta y honesta facilita la resolución de conflictos y el establecimiento de límites claros ya que, cuando los niños se sienten escuchados y comprendidos, muestran una actitud más proclive a compartir sus experiencias y buscar orientación.

Con frecuencia nos encontramos ante el problema de que nuestro hijo apenas se comunica con nosotros, a pesar de que intentamos por todos los medios cambiar esta situación. Quizás, sin darnos cuenta, estamos llevando a cabo alguna conducta comunicativa que produce el efecto contrario, es decir, que nuestro hijo se cierre ante nosotros de una forma cada vez más firme.

Por ello, a continuación se hará referencia a una serie de aspectos que conviene evitar si deseamos mejorar la comunicación con nuestros hijos (especialmente si es adolescente):

  • Amenazar: anunciar sanciones y castigos, obligándolo a hacer algo bajo la amenaza del castigo. Se trata de algo muy diferente de hacer ver las consecuencias que puede tener una determinada actuación. Un ejemplo de amenaza es “vuelve a tocar a tu hermano y te daré un tortazo”.
  • Sermonear: señalar lo que es bueno o malo desde nuestro punto de vista sin tener en cuenta para nada su opinión: “¿Te parece bonito lo que has hecho?, ¿quitarme los aramelos de la mano?.Veo que no has comprendido la importancia de tener buenos modales. Intento enseñarte que, si quieres que sean educados contigo, debes serlo tú primero con ellos”.
  • Dar lecciones: hablarle como un experto superior a él, ya que tenemos mucha más experiencia y sabemos y conocemos muy bien las enseñanzas de la vida: “Así que seis suspensos, ¿eh?. Ya te harás mayor y te arrepentirás de no haber estudiado. Hazme caso, que soy tu padre y sé lo que es arrepentirse cuando ya no hay remedio”.
  • Aconsejar: insistir en lo que es mejor para él y, al igual que cuando sermoneamos, sin tener en cuenta su opinión. Sabemos lo que le conviene y se lo planteamos sin más: “Tú lo que tienes que hacer es olvidarte de esos amigos con los que vas, que no hacen más que distraerte. ¿Por qué no vas con Luis, que es tan buen chico?. Él sí que te echaría una mano en los estudios”.
  • Interrogar : sacarle información como si fuera un sospechoso, acosarlo continuamente con preguntas y ejerciendo presión: “¿Qué has hecho?, ¿por qué te ha castigado el profesor?, ¿por qué no le dijiste que no a tu compañero?, ¿hasta cuándo vas a seguir así?”

Si evitamos este tipo de conductas a la hora de comunicarnos con nuestros hijos y mantenemos una actitud abierta hacia lo que nos cuenta, sin interrumpir ni criticar o juzgar antes de tiempo, ni dando soluciones o consejos que no nos han pedido, con el paso del tiempo se mostrarán mucho más comunicativos, ya que se sentirán más cómodos hablando con nosotros.

Adrián Pérez
Psicólogo