El contexto educativo y todo lo que tiene que ver con él tiende a representar un porcentaje significativo de la rutina diaria de los niños/as, ya que no sólo se tienen en cuenta las horas presenciales en el colegio o instituto, sino que, además, el resto del día hay que hacer deberes, estudiar, ir a pasantía o hablar sobre “cómo me porté hoy en el cole”, “por qué suspendí el examen de mate” o “qué tengo para mañana”.

Y las familias… ¿cómo creéis que gestionáis todo esto?

La realidad, aunque depende de diversos factores (horarios, circunstancias familiares, necesidades del niño/a, etc.) es que, como padres, adquirimos una responsabilidad desde que son pequeños respecto a su desarrollo y aprendizaje, así como respecto a su futuro, llegando a expresar deseos tales como:

“ojalá nunca repita curso”, “ojalá que estudie una carrera”, “ojalá que no tenga dificultades para aprender o para estudiar”, etc.

En consecuencia, vivimos luchando para que estos deseos se cumplan constantemente; por ejemplo, revisándoles las tareas y exámenes que vienen, ayudándoles y acompañándolos a la hora de hacer los deberes, preguntándoles la lección, llevándolos a refuerzo escolar, recordándoles las fechas importantes, insistiéndoles para que se pongan a estudiar de una vez, haciéndoles interrogatorios cuando salen del colegio, y un largo etcétera.

Resulta fundamental reconocer y naturalizar que las pretensiones y esperanzas respecto a nuestros hijos/as nacen desde la intención de que tengan una vida feliz y plena, en la que puedan conseguir todo lo que se propongan; queremos que sean mejores que nosotros y que, por lo tanto, también consigan muchos más logros. Aunque, también sería necesario preguntarse esto: “¿cuántas veces detrás de estas ilusiones se encuentran nuestros propios fracasos o miedos?”.

Está bien querer lo mejor para nuestros hijos e hijas en todos los ámbitos en los que se puedan relacionar, y por supuesto nuestra labor es ayudarles, guiarles y acompañarlos, ya no sólo en sus triunfos, si no que sobre todo en sus ERRORES o tropiezos, naturalizándolos, fomentando el aprendizaje posterior y evitando los juicios o las etiquetas (“nunca haces nada”, “no te esfuerzas lo suficiente”, “así no vas a llegar a ningún lado”, “ya no sé qué hacer contigo”).

Sabemos que la línea entre el apoyo y el acompañamiento y la presión o la exigencia resulta fácil de cruzar y, en muchas ocasiones se hace de forma inconsciente, ya que también tenemos el apoyo del contexto social, político y educativo en el que vivimos, el cual focaliza la importancia en los resultados y no en el proceso. Esto nos lleva a trasladarles a nuestros hijos una necesidad de aprobación y adaptación al entorno, y del mismo modo, a depositar expectativas demasiado altas en ellos/as, dejando a un lado el esfuerzo o los pequeños avances que puedan lograr.

Todo esto, provoca que nuestros hijos/as busquen nuestro refuerzo y aprobación y que la motivación hacia el aprendizaje sea absolutamente extrínseca (“para que papá y mamá estén orgullosos” o “para que no me castiguen”). Además, con estas actitudes y pautas que les trasladamos, estamos obstaculizando la capacidad de tolerancia a la frustración, les limitamos, les restamos importancia a sus verdaderas fortalezas y dejamos una huella muy relevante en su nivel de confianza, y por supuesto, en su autoconcepto y autoestima.

Desde aquí, os proponemos separar el ámbito académico del ámbito familiar y social, estableciendo momentos en los que los planes, actividades y temas de conversación no tengan nada que ver con la vida académica. Del mismo modo, os recomendamos que no establezcáis consecuencias en casa por las cosas que pasan en el centro educativo y, sobre todo, no depositéis en ellos expectativas desmesuradas o a largo plazo. Por el contrario, os animamos a reforzar y valorar cada pequeño paso que den hacia el objetivo, por insignificante que pueda parecer, ya que eso les dará impulso para seguir adelante y gestionar de forma más positiva los obstáculos con los que se encuentren.

Laura Pol

Pedagoga