En la tercera y última parte de este artículo se van a abordar una serie de cuestiones que, junto con lo apuntado en la primera y segunda parte, constituyen un buen punto de partida para mejorar la convivencia en el hogar.
Sexto paso: demos órdenes de una forma más eficaz
Debemos tener en cuenta que la mayoría de niños con TDAH presenta dificultades para mantener en su memoria determinada información mientras realizan una tarea. Es por eso que debemos evitar dar varias órdenes seguidas (“prepara la mochila, después lávate los dientes y vístete, que nos vamos”) y, en cambio, darlas de una en una.
También es importante asegurarnos de que nos están prestando atención, por lo que antes de darles alguna orden es aconsejable que nos acerquemos a ellos y mantengamos contacto visual mientras les indicamos lo que deben hacer.
Por último, conviene preguntarles qué es lo que les hemos dicho que hagan, para asegurarnos de que lo han entendido.
Séptimo paso: ayudémosles a construir una autoestima saludable
De forma muy resumida, la autoestima es la valoración que hacemos de nosotros mismos: de nuestras capacidades, rasgos de la personalidad, actitudes, etc. Lo que aquí se propone es que la mejor forma de ayudar a nuestros hijos a construir una autoestima saludable (aquella que integra los aspectos positivos y negativos de uno mismo, reconociendo los primeros y aceptando los segundos) es haciendo que nuestro hijo se sienta útil (otorgándole pequeñas responsabilidades como ser el encargado de escribir la lista de la compra, dejando que colabore en algunas tareas, etc.), capaz de hacer cosas por sí mismo (permitiendo que lleve a cabo actividades de forma autónoma y dejando que se equivoque) y valorado (reforzando sus aciertos y escuchándolo), además de ayudarle a ver los fracasos o errores como una parte ineludible y necesaria de la vida y los aciertos como el resultado del esfuerzo, de la tenacidad, de la perseverancia o de cualquiera otra actitud, y no como el resultado de lo “listo” o lo “bueno” que es.
Octavo paso: fomentemos su autonomía
Este paso tiene mucho que ver con el anterior e, incluso, podría estar incluido en él. No obstante, creemos que merece una especial atención. Cuando dejamos que un niño haga cosas por sí mismo, sin nuestra ayuda, lo que le estamos transmitiendo es que confiamos en él y en que será capaz de hacerlo bien o, al menos, de intentarlo. Esta confianza que nosotros le demostramos cuando es un niño se transformará, a medida que vaya creciendo, en confianza en sí mismo, lo cual constituirá una base sólida
desde la que afrontar los distintos retos que se le presenten.
Por el contrario, si frustramos los intentos de ser autónomo de nuestro hijo, impidiendo que haga cualquier actividad por sí mismo para que así no cometa errores o “lo pase mal”, le estaremos diciendo (sin saberlo) que no es capaz de hacer nada sin ayuda de otra persona y que cometer errores es algo que no se puede tolerar y debemos evitar a toda costa, lo cual favorecerá comportamientos de evitación de situaciones en las que pueda equivocarse además del establecimiento de relaciones sociales basadas en la dependencia.
Es por esto que debemos dejar que nuestros hijos se expongan a situaciones desagradables (dentro de lo razonable para su edad) como, por ejemplo entregar los deberes mal hechos (pero habiendo intentado hacerlos por ellos mismos), sufrir los “nervios” previos a una competición deportiva, “dar la cara” cuando han hecho algo inadecuado y deben disculparse o reparar el daño, etc. De esta forma, aprenderán a manejar estas situaciones además de adquirir tolerancia al malestar (ansiedad, estrés, etc.), lo cual repercutirá en su ajuste a las demandas de su entorno (académicas, sociales y personales).
Noveno paso: facilitemos su expresión emocional
Con frecuencia nos encontramos en la situación de que los niños no nos cuentan lo que les sucede en el colegio, en las actividades extraescolares, etc. Esto puede ser debido, entre otros factores, a que no se sienten escuchados cuando nos cuentan algo o, también, porque anticipan una reacción desagradable por nuestra parte.
Quizás en este punto nos convenga hacernos una serie de preguntas, por ejemplo: cuando mi hijo viene emocionado a contarme algo que le ha sucedido en el colegio, ¿le presto atención? ¿o le digo que en ese momento no puedo escucharlo?; ¿le exijo que me cuente qué le sucede si lo veo más callado de lo habitual, abrumándolo con preguntas como si se tratase de un interrogatorio?; cuando me dice que está preocupado por algo del colegio o que se ha enfadado por algo que le ha dicho un compañero, ¿le apoyo y trato de calmarlo o le digo cosas como “no te preocupes”, “no deberías sentirte así por eso” o “no es para tanto”?.
Si nos hemos visto reflejados en estos ejemplos, quizás convenga realizar algunos cambios en la forma que tenemos de comunicarnos con nuestros hijos. Podemos comenzar por dejar que sean ellos los que den el primer paso y vengan a contarnos cualquier cosa para, en ese momento, poner toda nuestra atención en lo que nos dicen, interesarnos por ellos haciendo alguna pregunta sobre el tema y, sobre todo, no criticando o juzgando ni diciéndoles lo que deben hacer o lo que haríamos nosotros (a no ser que nos estén pidiendo ayuda, claro está).
Décimo paso: seamos modelos saludables
Este décimo y último paso es probablemente el más importante de todos los que se han apuntado en este artículo. Esto es así porque, si este paso no se lleva a cabo, los anteriores no surtirán efecto o, al menos, serán mucho menos útiles de lo que llegarán a ser si, además de seguir dichos pasos, nos constituimos como modelos de conductas que queremos desarrollar.
Si resulta que nuestro hijo adolescente tiende a expresarse “de malas formas” o su reacción a ciertos comentarios por nuestra parte es desmesurada, habría que observar si nosotros tendemos a resolver los conflictos levantando la voz, queriendo imponer siempre nuestra postura, ignorando las opiniones del otro o dando un portazo cuando nos cansamos de discutir. De ser así, no podremos exigirle a nuestro hijo que “hable las cosas tranquilamente” (en realidad sí podríamos, pero no nos haría ni caso).
Por ello, debemos estar atentos a lo que hacemos (cómo resolvemos los problemas, cómo reaccionamos a las críticas, cuánto tiempo pasamos delante del teléfono móvil, cómo nos comunicamos, etc.), porque esto influirá enormemente en el comportamiento de nuestros hijos.
Adrián Pérez
Psicólogo
BIBLIOGRAFÍA
Terrón, Á. (2019). TDAH. Estrategias para impulsar el desarrollo integral (1.a ed.). CEPE